¿EVALUACIONES INCONSCIENTES?
Son muy pocos los centros educativos que evalúan las actitudes frente al conocimiento, la capacidad reflexiva de la persona, sus valores éticos y humanos, su creatividad, ingenio y capacidad de aplicación del conocimiento en la vida práctica: los que son capaces de transformar la información académica en conocimiento más que aprendido, aprehendido.
La cuestión aquí es que los centros de selección de personal más importantes en el mundo empiezan a darle mayor peso a la actitud que a la aptitud. ¿Qué quiere decir esto?, que alguien con un doctorado, pero que tenga mala actitud para el trabajo en equipo, para la colaboración social, para el comportamiento con animales, niños, ancianos, enfermos, será calificado o, mejor dicho, descalificado frente a una persona con menor nivel académico, quizá maestría, pero que posea una mejor actitud individual, familiar y social en dichos rubros.
Basta decir que desde hace ya muchos años, en Estados Unidos una persona que haya mal- tratado a algún animal es descalificada incluso para puestos de gran relevancia, como puede ser la propia presidencia del país. Lo mismo sucede en casi todos los países europeos, en los que una persona es medida o, mejor dicho, evaluada de acuerdo a sus acciones en beneficio de los otros. Incluso, en Polonia el grado de “santo” se otorga por méritos concretos a personas sobresalientes en lealtad, honestidad, heroicidad, más que en hechos milagrosos.
Esto es que la evaluación es consciente, reflexionada, producto de un seguimiento que mide consistencias, más que circunstancias. Este tipo de evaluación tiene además otra venta- ja: no es emocional e inconsciente, se toma su tiempo y valora, con menos riesgo de equivocarse, que aquella que sólo palomea reactivos positivos de planillas prehechas que, muchas veces, circulan con todo y respuestas entre alumnos y miembros del personal académico y/o administrativo, quienes las venden sin el menor recato o asomo de conciencia. De seguir así, ¿para qué evaluamos?