Este artículo se basa en las pláticas y los textos surgidos en el coloquio 50 Aniversario de la Televisión en España, organizado por Radio y Televisión Españolas (RTVE), la Fundación para la Investigación del Audiovisual (FIA) y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, plantel Valencia.
En un mundo en el que las “pantallas nómadas” (celulares, ordenadores portátiles, etc.) comienzan a ganar importancia y desplazar a las antiguas pantallas estáticas (cine y televisión), la televisión en general, no sólo la educativa, tiene que replantearse su función y buscar estrategias para llegar a sectores, como son los adolescentes, que han emigrado tanto de la pantalla del cine (que cada vez se hace más pequeña), como de la de la televisión (que cada vez se hace más grande, con los monitores de plasma).
Estos sectores emergentes, llamados “cyber-pilotos” por Ingolf Gabold, director del departamento de ficción de la Danish Broadcasting Corporation, han dejado de ver televisión para sumergirse en el mundo de las cybercomunidades y los contenidos audiovisuales tipo You Tube, donde el receptor puede convertirse también en emisor y donde el público depura sus búsquedas de manera personalizada, en lugar de recibir pasivamente la programación que se le presenta.
Si la televisión comercial está en crisis y busca formas innovadoras para alcanzar estos públicos, otro tanto puede decirse de la televisión educativa, que siempre se ha planteado la titánica labor de instruir sin aburrir o, al menos, sin aburrir demasiado. Especialmente cuando no se tiene un público cautivo como el que, en México, proporcionan el sistema Edusat y las telesecundarias.
Hay que recordar aquí que, desde inicios de la televisión, han coexistido dos grandes tendencias; por un lado la norteamericana, que considera que las fuerzas del mercado autorregularán la creación de contenidos y, por el otro, el modelo europeo de “televisión de servicio público”, encabezado por la BBC, cuyo concepto fundacional es: “asumir la responsabilidad de hacer llegar al mayor número posible de hogares lo mejor de lo que se ha descubierto en todas las áreas del conocimiento humano”.
Esta dicotomía entre una televisión regulada por el mercado y otra que asume su responsabilidad educativa (cuya única regulación vendría de las instituciones del Estado) lleva a problemáticas graves dentro de un mundo que, a partir de la caída del muro de Berlín, asume como dogma las bondades del mercado y la importancia de la competencia comercial como único referente válido.
Dentro de esta lógica mercantilista, los esfuerzos de la televisión pública por crear contenidos innovadores, ricos culturalmente, y que lleguen a un público cada vez mayor, no se perciben como pasos dados en aras de una mejor convivencia social y el aumento del nivel cultural medio de la población, sino como una amenaza que raya en la competencia desleal y la doble financiación (por el aporte dual del Estado y la publicidad).
Este choque de intereses queda claro cuando se trata de la transmisión, por parte de cadenas financiadas estatalmente, de eventos con gran valor comercial, como pueden ser los partidos de fútbol o los conciertos de música pop. Sin embargo, ¿se puede considerar realmente que la televisión educativa sea una amenaza en términos comerciales? Y, lo que es más importante, ¿es esta amenaza suficiente razón para que el Estado renuncie a su responsabilidad en la formación de sus ciudadanos? Pues, sin duda, el ciudadano actual se ha formado frente al televisor, a través de los contenidos presentes en las trasmisiones que ve 3.5 horas diarias (según el promedio europeo).
Así, ante la creciente importancia económica que tiene la televisión como industria, urge cuestionar el modelo mercantilista y considerar la importancia de la televisión vista no sólo como entretenimiento, sino como formadora de ciudadanos. Y, aunque es difícil plantear las bondades olvidadas del “estado paternalista” en una era que busca marcar distancia con el pasado, convendría plantear la posibilidad de apoyar a pequeñas productoras, o crear nuevas, dedicadas a la producción de contenidos culturales que, como se dijo al inicio, podrían enfocarse no sólo a la pan- talla televisiva tal y como la conocemos, sino alcanzar las pantallas nómadas que, todo parece indicar, serán el referente en el futuro cercano.
Para no entrar en una polémica desgastante con el mundo de la televisión comercial, la televisión educativa debe ser audaz, creando formatos y contenidos originales de gran calidad, que la industria televisiva no aborde por miedo a que no sean rentables. No es el papel de la televisión educativa competir en el mercado, sino generar discursos audiovisuales que ayuden a la reflexión y lleven “lo mejor del conocimiento humano” a los hogares de millones de personas.
En España se han creado canales autonómicos (como Televisió de Catalunya; Canal Nou, de Valencia; Euskal Telebista, en el País Vasco; así como TeleMadrid, Televisión de Galicia y Televisión de Andalucía) que, al no competir por el mercado televisivo nacional, sino sólo regional, lo- gran una mayor libertad de acción y pueden enfocar sus contenidos a las necesidades concretas de la comunidad dentro de la que surgen, hablando en su idioma y fomentando la cohesión identitaria regional.
Acaso en México valdría la pena seguir este ejemplo y comenzar a dotar de acceso a las ondas radiales y tele- visivas a las grandes olvidadas de nuestra historia, las comunidades indígenas, millones de personas unidas por diversas lenguas comunes que, hasta ahora, sólo se ven representadas en pequeñas estaciones radiales de alcance sumamente limitado. El reto actual pasa por no tener mie- do a la consolidación de las identidades étnicas, pues sólo así podremos llegar a ser verdaderamente la nación pluricultural que, en teoría, ya somos. Y la televisión, en particular la televisión educativa, será una herramienta fundamental para lograrlo.
REFERENCIAS
BRITISH BROADCASTING CORPORATION (BBC). Building Public Value. Renewing the BBC for a Digital World. Londres, BBC, 2004. CROTEAU, D. y HOYNES, W. The Business of Media. Corporate Media and the Public Interest. Thousand Oaks, Pine Forge Press, 2001.