SEXUALIDAD Y GÉNERO EN LA HISTORIA DE OCCIDENTE
Hablar de sexualidad y género en tiempos modernos no es tarea fácil. Nos encontramos en la necesidad de realizar un cuidadoso análisis de la influencia de la historia en la construcción social de los conocimientos, sentimientos y prácticas sexuales y de relaciones de género.
A lo largo de los siglos se han dado una serie de impedimentos relacionados con el poder: normas, recelos, temores, prejuicios y contradicciones que se manifiestan en la concepción sexual del ser humano.
Es fundamental el entendimiento de los principales factores históricos que transformaron la construcción social de las manifestaciones de la sexualidad y las expresiones de las relaciones de género. La semblanza histórica en el entendimiento de la sexualidad, el sexo y el género en Occidente puede interpretar- se a partir de diferentes épocas de los pueblos israelita, griego y romano, en los orígenes del cristianismo, la Edad Media, el Renacimiento y la Modernidad, sobre todo en la época Victoriana y hasta nuestros días.
En la interpretación de la historia de la sexualidad y el sexo, la relación de la divinidad con prácticas sexuales se da en la mayoría de las culturas, con la exclusión del dios de los israelitas que se contrapuso a las costumbres de Grecia y la Roma antigua, produciendo contradicciones entre la cultura predominante en Occidente y la concepción de otras culturas.
Los israelitas normaron el sexo reproductivo por necesidades económicas y políticas, siendo importante la mano de obra barata para el trabajo del campo y el nacimiento de hombres destinados a la guerra. El sexo no re- productivo era prohibido por la ley: sexo oral, sexo anal, relación sexual entre hombres, relación sexual entre mujeres y masturbación.
Los griegos circunscribieron el sexo reproductivo a la familia: por ley, el esposo debía de tener relaciones sexuales con su esposa tres veces al mes, para asegurar la procreación; si no, tenía que buscar una amante juvenil para su cónyuge. Fuera del ámbito familiar le dieron importancia al erotismo masculino: el hombre podía tener relaciones sexuales con concubinas, amantes u otros hombres.
Trajano, emperador romano en el siglo iii, separó los baños para hombres y mujeres. Con San Agustín, siglo iv, se concibió el placer relacionado con el pecado original, que no va de acuerdo con la concepción de placer de los mexicas, que afirmaban que era un regalo de los dioses, o la dicotomía existencial de cuerpo-alma, a diferencia del cuerpo sagrado del Tao. La prohibición del sexo público y el desnudo comenzó en el siglo vi con Justiniano, último emperador de Roma, así como la exclusión de las fiestas paganas relacionadas con los ritos agrarios y diferentes divinidades.
La concepción histórica del sexo asociado al pecado en la Edad Media y la delimitación del sexo reproductivo dentro de la familia, decretando que las relaciones sexuales eran para los casados y en pos de la procreación, la exclusión del erotismo por ser pecado y tener implicaciones asociadas al placer, la división moral del cuerpo en la época Victoriana, así como la interpretación de la sexualidad y del sexo con parámetros de enfermedad, han convertido las expresiones sexuales en perversión, constituyendo una sexualidad represiva que limita el erotismo.
La empresa de hablar libremente del sexo, la sexualidad y el erotismo, aceptando la realidad, es tan ajena al “hilo de una historia, tan hostil, que ha utilizado los mecanismos intrínsecos del poder que no puede sino atascarse mucho tiempo antes de tener éxito en su tarea”, decía Foucault. Sin embargo, hay que intentar opciones que no estén preocupa- das por saber si se dice sí, o no, si se formulan prohibiciones o autorizaciones, si se afirma la importancia del sexo o se niegan sus efectos, si se castigan las palabras que lo designan, o no. La política de la libertad sexual y aceptación del erotismo asume diferentes formas, en distintos países, de acuerdo con sus tradiciones económicas, legales y religiosas.
La mayoría de las sociedades que se conocen actualmente son patriarcales, aunque el grado y el carácter de la dominación y de las desigualdades entre hombres y mujeres varían considerablemente, no sólo de una cultura a otra, sino también dentro de la misma cultura y en diferentes períodos históricos, sustentan- do concepciones, usos, costumbres culturales y sociales que encaminan, explican y justifican las relaciones desiguales entre hombres y mujeres. “El patriarcado es una estructura social conformada a partir de la división social sexual del trabajo y una cultura machista cuya base se fundamenta en la dominación de los hombres sobre las mujeres”, aseguraba Engels.
El tratamiento desigual en las sociedades patriarcales favorece el desarrollo de relaciones desiguales y la violencia contra las mujeres. Los estudios de mujeres y hombres, así como sus relaciones con la sociedad deben emprenderse sobre la base de que ésta está construida y fundada en el sistema patriarcal, entendiendo por esto la ideología y las estructuras institucionales que han mantenido la opresión de las mujeres y la subvaloración de todo lo asociado con lo femenino.