La expectativa de acabar con el analfabetismo al ingresar al siglo XXI no se ha cumplido en una buena parte de naciones, principalmente en las menos desarrolladas. El problema persiste a pesar de los esfuerzos. En este texto se analizan los enfoques sobre las acciones llevadas a cabo desde los años sesenta para erradicar el analfabetismo, mismas que han sido incorporadas por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y que México ha tomado como eje de sus políticas. También se presentan los datos oficiales más recientes sobre analfabetismo en México, enfatizando su distribución geográfica, la cual muestra claramente su concentración en la zona centro-sur del país. Además, se destacan las implicaciones sociales, laborales y en el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) que tiene el hecho de que la mayor parte de la población en condición de analfabetismo coincida con las entidades federativas que registran un alto grado de pobreza y marginación en el centro y sur del país. En estos términos se llama la atención sobre la necesaria acción de las políticas públicas orientadas a la erradicación del analfabetismo, pero también sobre la importancia de incorporar y articular otras acciones, así como de reconocer la potencialidad de aportación de los distintos actores de la sociedad.
ANTECEDENTES Y ENFOQUES SOBRE EL ANALFABETISMO
En 1958 se llevó a cabo una conferencia de la UNESCO en París en la que se declaró analfabeta a toda persona que “no posee las competencias que le permiten leer y escribir un texto sencillo en su vida diaria” (Rodrigo Martínez et al., 2009, p. 17). El concepto “analfabetismo” se ha transformado desde la declaración de la UNESCO, sobre todo en el contexto de los procesos políticos, económicos y sociales característicos de la segunda mitad del siglo XX.
En los años sesenta, la transformación que evidencia el concepto “analfabetismo” es la integración de un enfoque en las habilidades básicas para la producción, herramientas que tienen que ver fundamentalmente con la comunicación y su traducción en habilidades para que los individuos se inserten en la vida productiva. A partir del Programa Experimental Mundial de la Alfabetización, llevado a cabo en 1966, se construye el concepto “alfabetismo funcional” que integra este enfoque, según el cual se establece que una persona es analfabeta funcional al carecer “de competencias básicas mediante la experimentación y el aprendizaje orientado al trabajo” (Ibid., p. 18).
La revisión de las políticas públicas implementadas desde los años sesenta —llevada a cabo por la UNESCO en 1975—1 mostró que no prosperaron las acciones para abatir el analfabetismo, al vincularlo unilateralmente con el trabajo, por lo cual fue necesario incorporar nuevos enfoques para comprender mejor sus dimensiones y consecuencias, y diseñar estrategias que frenaran el creciente número de analfabetas en el mundo. Se discutieron desde las implicaciones cognitivas hasta las políticas, y trabajos como el de Paulo Freire contribuyeron a descentralizar el enfoque productivo y a vincular los programas de alfabetización con los contextos específicos de las personas en condición de analfabetismo.
En 1958 la UNESCO declaró analfabeta a toda persona que “no posee las competencias que le permiten leer y escribir un texto sencillo en su vida diaria”.