El debate educativo en México y otros países se ha centrado en la cantidad de recursos que los gobiernos y los Estados deben invertir en educación. La creencia que ha sustentado este debate es tan sencilla como superficial: a mayor cantidad de recursos invertidos en educación, mejor desarrollo y desempeño educativo. Sin embargo, la evidencia empírica y la experiencia internacional parecen desmentir esta creencia.
La ecuación “mayores recursos = mejor educación”, parte del diagnóstico de que el sistema educativo en México, como en muchas naciones en vías de desarrollo, se encuentra rezagado y no es competitivo, fundamental- mente por falta de recursos e inversión; en consecuencia, la tarea es buscar “un mayor compromiso con la educación” por parte de los gobiernos y los Estados; lo cual debe traducirse, casi exclusivamente y para que todos creamos en este “compromiso”, en un incremento de los recursos públicos destinados a este sector. Ésta es sin duda y lamentablemente, la razón por la que durante tanto tiempo el tema de la educación y la calidad educativa se haya reducido simplistamente a meros porcentajes sobre qué proporción del Producto Interno Bruto (PIB) debe destinar nuestro país a este segmento.
Pero los datos duros parecen apuntar en otra dirección. Así lo revelan, por ejemplo, las cifras publicadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en el documento titulado “Education at Glance 2006”, el cual ubica a México como el país que más recursos públicos destina para la educación en proporción a su gasto público total (Gráfica 1). Contradictoriamente, los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos 2003 (PISA, por sus siglas en inglés) auspiciado y organizado por la propia OCDE, otorga a México el último puesto entre los entonces 30 países miembros en cuanto al desempeño académico en matemáticas, (Gráfica 2).
¿Cómo podemos explicar esto? ¿Cómo es posible que México sea uno de los países que más gaste en educación, en función de su gasto público total, y que, a pesar de ello, nuestros estudiantes tengan tan pobre desempeño? La respuesta debe, o debería, llevarnos a incorporar otros elementos al debate educativo tradicional. Empezando por reconocer que no sólo importa cuánto se gasta, también es significativo el cómo lo gasta.
Si comparamos la cantidad de recursos públicos que México canaliza a su sistema educativo, en términos del (PIB), encontraremos que nuestro país se encuentra por encima de la media de los países miembros de la OCDE (Gráfica 3). Lo que nos muestra que, por lo menos en ese rubro, aislado de otros factores, es muy difícil encontrar una explicación seria y convincente sobre la baja calidad educativa que se registra en México. Más aún cuando naciones como Canadá, Corea y los Países Bajos (Holanda), que se ubicaron dentro de los cinco primeros lugares en el PISA 2003, destinan a sus sistemas educativos porcentajes significativamente inferiores.
Difícilmente alguien podría cuestionar que el sistema educativo de México requiere de más recursos públicos para transformarse y desarrollarse. De hecho, si comparamos el gasto anual de algunas naciones en instituciones educativas por estudiante, México se encuentra rezagado y muy por debajo del promedio de la OCDE (Gráfica 4).
Como lo sugieren los datos y argumentos expuestos párrafos arriba, las causas de la ineficiencia educativa en México no se deben exclusivamente a la carencia de recursos para financiar el sistema, sino también a muchos otros factores que implican una problemática mucho más compleja.