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LECTORES, PELIGRO ¿EN DE EXTINCIÓN?

No es un baño de sangre y su tamaño no se mide por el número de cadáveres, pero es una tragedia,  una verdadera tragedia nacional que a diario cobra miles de víctimas, aunque de ello no den cuentan los medios.

Como no lo parece —y para muchos no lo es—, a esta tragedia nacional no se le destinan mayores recursos, no se despliegan grandes estrategias ni se disponen a las mentes más brillantes del país para resolverla. Al final, prevalece la convicción de que se trata sólo de libros y lectores, un asunto menor, pues; materia únicamente de especialistas e iniciados.

En consecuencia, poca, muy poca atención ha recibido la Encuesta Nacional de Lectura 2012 (enl2012), que no sin alguna intencionalidad política —por demás aviesa— fue realizada al final de la administración del presidente Felipe Calderón (fue “levantada” apenas entre el 25 y el 28 de agosto de 2012) y presentada parcialmente en los últimos días del sexenio.

Si al presidente Calderón —tan ocupado contando cadáveres y desmintiendo la realidad como estaba— le sobraban razones para no difundir los resultados de esta encuesta, la actual administración tampoco ha dado grandes muestras —hasta ahora, cuando no han transcurrido ni cuatro meses de la publicación de los resultados— de interés en el tema. La encuesta no sólo arroja resultados desastrosos y con ello exhibe las fallidas políticas públicas del sistema educativo nacional sino que ofrece quizás algo más que una instantánea sobre los hábitos de lectura en el país, presenta un fresco hiperrealista de nuestra precariedad intelectual, una radiografía del fracaso de nuestro modelo cultural que tiene a la televisión como principal educadora, de nuestra indolencia y de la complicidad de los padres de familia en todo ello.

Más allá del reparto de culpas, los resultados revelan una situación que reclama acciones urgentes de los involucrados, que somos todos nosotros.

¿UNA ENCUESTA NO HACE VERANO?

No es necesario insistir en las limitaciones de los estudios de opinión (el carácter contingente y efímero de sus resultados, la cuestionada representatividad del ejercicio, los sesgos en la formulación del cuestionario, los rangos de confianza, etcétera). Tampoco es el lugar para debatirlas. Lo que sí debe apuntarse respecto de la ENL2012 son, al menos, tres cuestiones:

1. LOS CAMBIOS EN LA ENCUESTA

Se dice que las encuestas son fotos instantáneas, tomadas de pulso de un cierto momento en una sociedad —aunque algunas son más bien verdaderas tomadas de pelo— y que, en consecuencia, sus resultados están limitados precisamente por su propia naturaleza perecedera. Sin embargo, los especialistas afirman, igualmente, que esa limitación podría remediarse parcialmente con la realización periódica de encuestas, de tal forma que ya no sea sólo una instantánea, sino muchas y, para seguir el símil, que formen una especie de álbum que ofrezca una visión más amplia y acabada del fenómeno que retratan. De allí la importancia de las tendencias, en lo que tanto insisten los especialistas: más que el resultado de una encuesta debe ponderarse la tendencia, la serie, los resultados a través del tiempo. Una condición para todo ello —construir una serie, eventualmente establecer tendencias— es mantener el cuestionario, preguntar lo mismo para obtener resultados comparables. Es evidente que algún cambio en el cuestionario puede incidir en las respuestas y en los resultados, puede incluso preguntarse lo mismo con otras palabras y los resultados variarán.


Muy poca atención ha recibido la Encuesta Nacional de Lectura 2012 (ENL2012), que fue realizada al final de la administración de Felipe Calderón.

En la ENL2012 dice: “El cuestionario de la Encuesta Nacional de Lectura 2012 está integrado por preguntas extraídas de la Encuesta Nacional de Lectura 2006, del Cuestionario para el Estudiante de la Prueba Internacional para la Evaluación del Estudiante 2009 (pisa, por sus siglas en inglés), y por preguntas elaboradas por FunLectura”.1 En otras palabras, la posibilidad de identificar ciertas tendencias con el ejercicio anterior se reducen y también se dificulta la tarea de comparar resultados entre la encuesta 2006 y la más reciente.

2. PERIODICIDAD

Si bien trasciende a la propia encuesta y a sus autores, y apunta más bien hacia los responsables en el Gobierno Federal, debe señalarse el largo periodo que media entre la primera encuesta nacional de lectura —publicada en 2006, pero realizada entre noviembre y diciembre de 2005— y la actual, que apareció a finales de 2012. Por la relevancia del tema, por la conveniencia de disponer de información reciente sobre hábitos de lectura y consumo cultural, tanto para alimentar diagnósticos como para tomar de- cisiones, seis años resulta un periodo demasiado extendido para esta clase de estudios. En la propia encuesta se reconoce que: “A pesar de la importancia que reviste contar con información pertinente sobre hábitos y comportamientos lectores, en la última década sólo se han realizado dos estudios nacionales al respecto: la Encuesta Nacional de Lectura 2006 que elaboró el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) con el apoyo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y la Encuesta Nacional sobre Prácticas Lectoras 2006 que estuvo a cargo de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).”2

3. LA MUESTRA; ¿EL TAMAÑO IMPORTA?

En este caso sí. Como apuntamos, una de las críticas recurrentes a los estudios demoscópicos son sus limitaciones en cuanto a la representatividad, es decir, si 500 o mil entrevistas pueden representar la opinión de 5, 10 o más millones de personas.3 No obstante, entre la primera encuesta nacional de lectura y la segunda el número de entrevistas de la muestra desciende significativamente: en la ficha metodológica de la ENL2012 se informa que “la muestra consistió en 200 secciones electora- les y en cada sección se realizaron 10 entre- vistas; de este modo se recopilaron un total de 2 mil entrevistas”.4 Una reducción de poco más de la mitad en relación con la de 2006, para la cual se hicieron 4 mil 57 entrevistas en todo el país, entre el 1o de noviembre y el 7 de diciembre de 2005.5

A querer o no, estas tres condiciones inciden en las encuestas, en su lectura, en las eventuales lecciones que se obtengan de ellas. ¿Peor es nada? Más que eso, de estos dos ejercicios demoscópicos las autoridades deberían sacar sus respectivas lecciones y emprender acciones que corrijan tan notorias deficiencias.

DE MAL EN PEOR

Resulta absurdo recordar lo obvio —la importancia de algo que es vital, como la lectura—, pero los resultados de la enl2012 parecen justificarlo todo.

Frase hecha que en este caso describe con cabal precisión nuestra trayectoria: “De mal en peor”. Así vamos en el terreno de la lectura. De lo malo a lo peor: en 2005, ante la pregunta “¿Usted lee libros?”, 56,4% de los encuestados respondió afirmativamente, mientras que 43,6% admitió que no lo hacía, 30,4% dijo “haberlo hecho en algún momento de su vida”.6 Casi siete años después, la relación se invirtió: respondió afirmativamente 46,2%, y admitió que no lee libros 53,8% de los entrevistados, 34,4% dijo haberlo hecho en algún momento de su vida.7 Una caída de más de 10 puntos porcentuales entre ambas encuestas, que se traduce en que menos de la mitad de la población mayor de 12 años en el país dice leer libros.

Lectura de Libros Comparación

Roberto Carlos Hernández López
Profesor de la UNAM y Director General de Grupo Consultor Interdisciplinario SC (GCI).

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