“No hay que dejar nunca que los niños fracasen; hacerlos triunfar ayudándoles si es necesario, mediante una generosa participación del maestro. Hay que hacerlos sentirse orgullosos de su obra. Así será posible conducirlos hasta el fin del mundo”, afirmaba el pedagogo francés Celestin Freinet en su libro Técnicas Freinet de la escuela moderna.
No son pocos lo investigadores y los profesionales de la educación que llevan años estudiando el cambio educativo y que sostienen que la clave para este cambio se encuentra en modificar nuestra manera de evaluar. Cuestionarse cómo evaluamos, cambiar los objetivos de la evaluación, fomentar una evaluación formativa, experimentar con nuevas maneras de evaluar son para muchos el primer paso para el cambio educativo (para estas cuestiones recomiendo visitar el Blog EvaluAccion)
En cierta manera hemos confundido el acto de aprender con el de aprobar exámenes. Y esto, además de provocar exclusión, es una manera muy limitada de abordar la complejidad de la educación y el aprendizaje. No es lo mismo evaluar que examinar, ni evaluar que calificar. Aprender no es aprobar exámenes.
Cómo estudia un alumno depende de cómo pregunta el profesor, depende en última instancia de la evaluación esperada. Evaluaciones y exámenes condicionan no sólo qué estudia el alumno sino, sobre todo, cómo lo estudia. Aprender con el fin de aprobar un examen es muy diferente de aprender por aprender. Esto es lo que sostiene Stobart Gordon en su libro “Tiempos de pruebas. Los usos y abusos de la evaluación”: “la evaluación influye directamente en lo que aprendemos y en cómo lo aprendemos y puede limitar o promover el aprendizaje efectivo”. Y es también lo que sostenían hace casi 45 años los autores del libro El curriculum oculto.
El curriculum oculto, por oposición al curriculum abierto que es lo que se ve (objetivos de aprendizaje, temarios), es entre otras cosas lo que está implícito en los exámenes. Y condiciona no solo lo que estudian los alumnos sino también y más importante cómo estudian los alumnos.
Hay estudios que muestran que los alumnos estudian mejor (o al menos de otra manera) cuando esperan preguntas de respuesta abierta. Que un enfoque superficial en el estudio está asociado a buenos resultados en un examen tipo test y a peores resultados en un examen de preguntas abiertas y por el contrario que un aprendizaje profundo está asociado a buenos resultados en las prueba abiertas y a peores en las pruebas “objetivas”.
Hoy día es cada vez más claro que debemos trabajar principalmente el aprendizaje profundo por ser aquel que mejor desarrolla las competencias de alto nivel necesarias para vivir en el siglo XXI como el pensamiento crítico, la comunicación, la colaboración, la resolución de problemas y el aprender a aprender. El mundo no es un libro que debemos aprender a leer. Es más bien un conjunto variable de preguntas abiertas y cambiantes. Aprender a vivir sería, como dice Fina Birulés, desarrollar “nuestra capacidad de pensar, de valorar afirmativa o negativamente lo que ocurre, de especular sobre lo desconocido o lo incognoscible.”
Los exámenes son parte de un modelo tradicional de enseñanza en el que la información se transmite a los estudiantes para que posteriormente los alumnos “vomiten” esa información. Es lo que Paulo Freire, otro gran pedagogo que exploró el concepto de curriculum oculto, denominó en su libro Pedagogía del Oprimido la educación bancaria.
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