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LA MUÑECA FEA – FRANCISCO GABILONDO SOLER

La muñeca fea

Hace mucho tiempo, cuando la gente vestía distinto y los automóviles eran de aspecto diferente cierta vez, el escaparate de una lujosa tienda se vió engalanada con la presencia de una muñeca de maravillosa belleza. Desde luego que debía ser muy cara, por lo que casi nadie se atrevía a preguntar su precio. Pero siempre hay un papá cariñoso y osado. Y la bellísima muñeca fué entregada al generoso comprador.

Así llegó la muñeca a una casa donde la sorpresa rayó en los límites del entusiasmo no sólo de la niña de la casa, sino de su madre, su abuela cinco tías y numerosas criadas. Después de discutir acordaron en que la muñeca llevaría el nombre de “Mia”.

Muy pronto y con más frecuencia que de costumbre, se sucedieron las visitas de las amistades de aquella familia, la niña era muy felíz cuando era llamada para mostrar su lindísima muñeca, la que era tan felíz como su dueña. Los demás muñecos estaban impresionados por el trato que recibía “Mia” así que la eligieron su reina. El único que puso ciertas trabas fué el gato quien encontraba mucho más remunerador el trato con la cocinera que con cualquier muñeca.

Todas la niñas que iban a jugar con la de la casa, insistían en que “Mia” estuviera presente en cuanto hacían. Una de las niñas enfermó de envidia y discurrió en hacerle daño

a la muñeca. Desechó el horrible acto de quemarla, rasgarle los vestidos tampoco le pareció decisivo, cuando la dejaron sola con ella la tomó para lanzarla a la calle que la aplastara un coche.

Olvidando la muñeca, las niñas continuaron sus juegos esa tarde. Cuando fué hora de retirarse la dueña buscó a “Mia” por todas partes pero no apareció y la atribulada niña cayó en cama víctima de fiebre. Sus padres ofrecieron una recompensa a quien devolviera la muñeca.

Al día siguiente para dicha de todos, un trapero devolvió la muñeca. Las cosas quedaron como si nada hubiera pasado, la dueña se esmeró en bañar y peinar a su muñeca recomendándole no moverse de su sitio para que no se volviera a perder. Los muñecos estaban enfadados y temerosos de que se repitiera caso semejante. El único indiferente a estos sucesos era el reloj de largo péndulo quien repetía “más cosas he visto y más cosas veré”.

Y fué pasando el tiempo, la niña de la casa ya era mucho mayor pero “Mia” seguía ocupando siempre el sitio de honor, siempre procuraba atención a su muñeca, aunque otras cosas iban robando su actividad, “Mia” esperaba siempre confiada a su amita a la que los deportes la retenían varias horas lejos de casa.

Llegó el día del primer baile y “Mia” no pudo comprender esa especie de locura que acometió a su dueña. Sentada en su almohadón de razo era ignorada entre aquella excitación. La señorita partió hacia la fiesta sin mirar siquiera a su muñeca que por primera vez en su vida se sintió sola. Los demás muñecos habían sido desechados de la habitación por ser considerados como impropios de una damisela.

Desde aquel día la muñeca dejó de ser lo más importante para su dueña, la muñequita se daba muy bien cuenta que ya no era adorada como en otros tiempos y se preguntaba si estaría fea. La sola idea la aterraba y se preguntaba si sería conveniente cambiarse el color del cabello o quizás debía untarse en la cara esa crema que todas las noches se aplicaba su dueña. En tales dudas vivía “Mia”, cuando un día oyó decir que la señorita se iba a casar y emprendería un largo viaje de bodas, se alegró mucho pues entonces sí que se iba a divertir con su dueña.

Pero en todos los preparativos que se hicieron para la boda y luna de miel para nada se tomó en cuenta a la muñeca, el único que rondaba en torno de “Mia” era el gato. Pero no por admiración, sino para procurar arrellanarse junto a ella, en el mullido raso.

Un sábado hubo gran conmoción en la casa: la señorita se desposó, muchas personas con caras desconocidas invadieron la residencia y con familiaridad irrespetuosa, uno de los invitados puso su sombrero encima de la muñeca. Los invitados comentaban lo elegante de la boda y se apresuban a felicitar a los novios.

Permanecer bajo de un sombrero cuando los demás se divierten, es cosa que lastima el amor y “Mia” pasó horas ingratas bajo aquel fieltro, por fín al verse libre de aquel estorbo el corazoncito de la muñeca se llenó de dicha al contemplar ante ella a su dueña, acompañada de un apuesto caballero. Y cuando se disponía a escuchar de él alguno de esos piropos que tanto la lisonjeaban, oyó al joven decir a su dueña que debía regalar esa muñeca pues sería un estorbo en el futuro. Ella contestó que la conservaría porque había sido su compañera desde que era niña y no pensaba regalarla jamás.

“Mia” quedó aterrada pensando en qué porvenir le deparaba el destino. Por supuesto se fueron de viaje sin ella.

Como los recién casados tenían que ocupar esas habitaciones al escombrar la sirvienta, retiró de ahí a la muñeca y la colocó arriba de un ropero. Ahí estuvo de cara al techo mucho tiempo…… Pero un día en la habitación se escuchó una voz nueva; débil y lloricosa primero, alegre y estridente después. Al darse cuenta la muñeca de que su dueña ya era mamá, se sintió contenta al dar por seguro que los días de halago y admiración volverían para ella. Y así un día que la señora de la casa buscaba sitios donde las sirvientas nunca limpian encontró a la muñeca. Estaba desconocida y con esa expresión extraña de quienes pasan una larga temporada mirando al techo.

Sin consideración “Mia” fué sacudida, trato rudo que fué igual que recibir una paliza. Pero no fué eso lo más doloroso, sino que la personita de la nueva voz, le echó encima una mirada indiferente, porque a los niños les interesa más jugar con aviones y con pistolas. Como la joven señora tenía otras preocupaciones no dió mayor importancia al volver a tener entre sus manos a su querida muñeca. La mandó guardar y la pobrecita fué a dar al cuarto de los trebejos, habitado por aquellas cosas que casi no se usan o nó se usan para nada.

La muñeca sentía pavor en ese lugar tan oscuro entre tantos objetos extraños. Sus temores eran infundados pues aquellos enseres eran de lo más pacífico.

Aciaga fué la fecha en que sin saber la causa un pesado cajón le cayó encima rompiéndole un bracito. Viéndose en un pedazo de espejo la sucia y maltratada muñequita se lamentaba y lloró muchas lagrimitas d de aserrín. Se escondía por los rincones temerosa de que alguien la viera, más un ratoncito la descubrió por sus sollozos, era un individuo lo bastante filósofo para resolver cualquier situación y con esa celeridad propia de los ratones conquistó rápidamente a la muñequita.

Sabía su historia pues en la alacena se la oyó contar a la cocinera y trataba de consolarla diciendole que aún era bonita, pero ella se sentía muy sucia y rota. El ratón que era bastante entendido pues se había comido muchos libros, le explicó que lo que pasaba no era su culpa; la ostentación vale muy poco cuando está separada del cariño y la ternura.

Le hizo notar que aquel rincón no era malo, ahí estaba la maleta que aunque destartalada había dado la vuelta al mundo y podía contar bonitas cosas de lejanos paises, también el plumero y el sacudidor eran buenos amigos junto con la escoba que en sus tiempos fué el terror del gato. Y la araña, tejedora de artísticas telas que pueden pasar como las mejores en el extranjero, tenía mucho gusto de que estuviera con ellos. “Mia” estaba rodeada de verdaderos valores, pero acostumbrada a ser bonita y admirada no apreciaba debidamente a sus buenos vecinos.

FIN

 

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